jueves, 24 de junio de 2021

Concurso #SueñosdeGloria - Su primera carta

 Su primera carta


No cabía una falta de ortografía más en aquellas frases. 


Casi parecía hecho adrede: las bes y las uves se habían puesto de acuerdo para intercambiar sus legítimas gramáticas; la frontera entre la eme y la ene era cuanto menos difusa; la a, la e y la o parecían compartir la misma grafía (un irregular círculo con una línea que lo atravesaba por la parte superior) y la hache directamente no había sido invitada a la fiesta.


Ni la más benevolente de las RAEs podría haber aceptado esas nuevas y originales acepciones: aquellos atrevidos neologismos no eran comparables a unas almóndigas o una ración de cocretas.


Y sin embargo, yo no podía estar más orgullosa al leer la carta.


Apenas había un trazo recto en todo el texto. Las letras temblaban, como si el lapicero tuviera vida propia y hubiera que domarlo en cada movimiento, formando palabras desiguales en tamaño entre sí. Los renglones subían y bajaban sin criterio alguno, creando un caprichoso zigzag que se precipitaba hacia el fondo del papel. Las últimas líneas cargadas de cariño se apelotonaban en la parte inferior, apurando el espacio mal economizado a lo largo del folio.


La leo y la vuelvo a leer y me parece que es la carta más bonita que se ha escrito jamás. No hay madre que no se emocione y guarde doblada en la mesilla de noche la primera carta que le dedica su hijo pequeño que acaba de aprender a escribir. 


Pero pocas hijas podrán estar más orgullosas de un padre analfabeto que se propone alcanzar un sueño, lograr algo que la vida le negó en su juventud: aprender a leer y escribir. Y a sus 80 años, se ha lanzado a escribir: se enorgullece, pero también se emociona y se le ilumina el rostro como a un chiquillo cuando me entrega y me dedica su primera carta.


domingo, 22 de septiembre de 2019

Concurso Zenda Viajes Sostenibles "Emma" #viajessostenibles


Emma

Salir de casa fue lo más difícil. Para Emma, significaba admitir que todavía existía una esperanza. Una llama de esperanza que ella misma había dejado que se apagara hacía tiempo. Alimentar de nuevo aquella ilusión y aferrarse a un clavo ardiendo era lo último que deseaba, pero era incapaz de ignorar aquella carta. Le embargaba el miedo a que aquello fuese un horrible malentendido, pero, finalmente, sus fuerzas se impusieron a la desazón.

Se miró una última vez al espejo antes de partir. Su pelo rubio trenzado descansaba sobre su hombro izquierdo, sus ojos azules le devolvían una mirada confiada y resolutiva. Dejó escapar una sonrisa al ver su imagen reflejada: fuerte, imponente y decidida. Estaba lista.

-   Vamos, Milki! – apresuró Emma a su perra, una labrador color chocolate de seis años que conservaba la energía y vitalidad de sus tiempos de cachorra.

Siempre que veía a Emma levantarse por las mañanas, Milki meneaba el rabo de felicidad con gran fuerza. A veces martilleaba con el rabo el marco de la puerta o la pata de una mesa con tal ímpetu que parecía que fuera a romper la madera. Sólo saludaba así a unas pocas personas. Milki vio la mochila preparada en el recibidor y supo que Emma salía de viaje. Dejó su juguete favorito junto a la mochila para que no se olvidara de ella, aunque nunca lo había hecho.

Emma cogió la mochila y su impermeable, de un intenso color amarillo, y se dirigió a la entrada de la casa que había sido su refugio durante los últimos meses. Cerró la puerta tras de sí y su fiel compañera bajó de un salto los escalones que separaban el portal de la calle.

Así, Emma empezó su viaje de la manera más difícil – la única – que existe: con el primer paso. A partir de ahí todo fue más fácil, pero reunir las fuerzas y la determinación para tomar la decisión de dejarlo todo en pos de una vaga promesa le había costado varios días de miedo, lágrimas e insomnio.

Inundó sus pulmones de un aire puro y limpio que le llenó de paz, y comenzó su andadura. Dejó atrás el barrio residencial y se dirigió a la autopista principal con paso firme. Sentía que estaba haciendo lo correcto por primera vez en mucho tiempo.

El mundo había cambiado: la tecnología, los atascos y la polución habían quedado atrás, dando paso a una vida mucho más sencilla. En cierto modo, era una segunda oportunidad para el planeta. Los árboles y las plantas habían reverdecido, más frondosos que nunca, colmando la tierra de colores, olores y vida. La naturaleza le había ganado la partida al asfalto y teñía de verde donde antes sólo había gris. El olor a tierra mojada después de la lluvia era constante.

La conciencia global había cambiado a tiempo. Sí, habían perdido comodidades, pero había supuesto una oportunidad para una vida más pura y auténtica. Una salvación de la vorágine del estrés, el smartphone y las prisas que consumían al ser humano. El valor de las pequeñas cosas ahora era incalculable.

Emma recorrió la autopista a pie durante un par de días antes de adentrarse en la naturaleza. Se encontró con algún coche abandonado, como en aquellas películas apocalípticas que veía de pequeña. Sobre la carretera agrietada florecían algunos brotes verdes. “Al final, la vida se abre camino”, pensó para sí misma.

Se sintió en libertad en el tramo que le llevaba a través de bosques y valles. Los días encerrada en casa parecían ahora un recuerdo lejano del pasado en comparación con la inmensidad que le rodeaba. Pronto se quedó sin víveres y aprovechó los árboles frutales que encontraba por el camino, cogiendo sólo lo necesario. Así hizo también con la madera que necesitó para una pequeña balsa improvisada. Cuando se secó la madera, la reutilizó para leña los días siguientes. Lavaba la ropa a mano con una pastilla de jabón, como había aprendido en un campamento de verano cuando era niña. Recogía agua del río para lavarse y sólo metía los pies en el caudal para aliviar el dolor de sus largas caminatas.

Le alegraba tener a Milki. Le hacía compañía y su alegría y vitalidad le servían de apoyo moral en los momentos de duda en los que se preguntaba si sería mejor dar la vuelta.

Tras varios días, Emma llegó finalmente a la ciudad. El mapa y las indicaciones que aún seguían en pie le ayudaron a llegar al hospital. Se detuvo frente a la entrada, mientras recordaba el incidente que les había separado. Meneó la cabeza, ahuyentando aquel mal recuerdo y extrajo de su bolsillo la carta que había supuesto el detonante de su viaje. La apretó con fuerza y avanzó hacia la entrada.

No había nadie en la recepción de un hospital que aún luchaba por adaptarse a los nuevos tiempos. Escuchó voces en algún lugar del edificio, pero no quiso esperar ni un segundo más para conocer el desenlace de su aventura. Buscó en los letreros el número de la habitación que indicaba la carta y corrió hacia ella, con Milki galopando a su lado.

Se detuvo a escasos pasos de la puerta indicada. Estaba entornada, dejando escapar un atisbo de luz y un atronador silencio. Las dudas y el miedo a la desilusión resurgieron en su mente, paralizándola en mitad del pasillo. No estaba preparada para encontrarse una cama vacía o a un desconocido.

Ante la inacción de su dueña, Milki se adentró en la habitación, empujando la puerta con el hocico. Emma seguía bloqueada por la lucha de emociones que se libraba en su cabeza.

Un sonido inequívoco le rescató de sus pensamientos. El repiqueteo incesante del rabo de Milki contra la puerta y sus ladridos de felicidad no dejaban lugar duda. En ese momento, con lágrimas de gozo aflorando de sus ojos azules, supo que la carta no mentía. Que sólo tenía que entrar en esa habitación para reencontrarse, meses después, con su hija pequeña.

sábado, 30 de abril de 2016

Concurso #MolinosQuijote

Comparto en este segundo post mi relato para el concurso #MolinosQuijote, organizado por la web www.zendalibros.com. Espero que lo disfrutéis.


Capítulo VIII Bis

Del buen reencuentro de el valeroso don Quijote con los molinos de viento, siglos más tarde

Despertaron bien entrada la mañana y no hallaron en la casa a los 3 jóvenes que la noche anterior se toparon en su camino. De las muchas empresas y andanzas que había vivido junto a su señor don Quijote, Sancho todavía dudaba si calificar ésta de aventura o desventura. Se sentía incómodo y abrumado ante el mundo que hace apenas unas horas se había abierto ante ellos, pero ver a su señor tan entusiasmado y lleno de vitalidad como hacía tiempo que no se mostraba, puso paz en su mente.

Mientras abandonaban la hacienda y montaban en pos de los 3 singulares individuos, Sancho no dejaba de observar a don Quijote enfrascado en esa pieza de tecnología moderna que aquella joven – una de los 3 individuos que buscaban - se había dejado olvidada. Parecía disfrutar con ese artefacto como si fuese la mejor novela de caballería que jamás se hubiese escrito. Dejando las miradas de los curiosos y los ruidos de aquella extraña urbe atrás, pusieron rumbo a campo abierto.

La búsqueda resultó infructuosa, sobre todo porque don Quijote seguía abstraído con su nuevo capricho y poca o ninguna atención prestaba al mundo a su alrededor. Quiso la casualidad que se encontraran señor y escudero con treinta o cuarenta molinos, pero muy diferentes de los que Sancho conocía. Estos alzaban su cuerpo blanco y espigado hacia el cielo más allá que cualquier otro molino que Sancha recordara, y sus aspas eran finas y alargadas aunque de aspecto pesado. Sancho dudó si avisar a su señor, temiendo que se repitiera el último encuentro que tuvieron con los molinos de aquella tierra.

Seguía debatiéndose Sancho, cuando el propio don Quijote levantó la mirada y paró de súbito su montura al contemplar a su otrora némesis de nuevo ante él. Antes de que Sancho pudiera reaccionar, don Quijote espoleó al pobre de Rocinante en dirección a los molinos.

— ¡Espere, vuestra merced! – gritó Sancho intentando alcanzarle y evitarle una nueva desgracia a su amo.

Para sorpresa de Sancho, detúvose don Quijote a unos cincuenta metros de los molinos, bajó de su montura y se puso de espaldas a ellos y alargó su brazo derecho sosteniendo el aparato rectangular de la muchacha a la altura de su cara. Se quedó completamente inmóvil, salvo por su dedo pulgar, que rebotaba con soltura sobre la superficie del aparato, mientras don Quijote sonreía y hacía muecas. Extrañado, y temeroso de la lucidez de su señor, Sancho se atrevió a preguntar.

— Mi señor, ¿pero qué es esto que hacéis?

—Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las nuevas tecnologías. Esto es un “smartphone”; y con él puedo hacer infinidad de cosas, como hacerme un “selfie” frente a estos molinos, o mandar misivas más rápidamente que cualquier mensajero.
— ¿Esmarfón? – preguntó Sancho, cada vez más extrañado — ¿Selfi? ¿Qué es este idioma ignoto que farfulláis? No parece ni portugués.

— Así es, amigo Sancho Panza. – continuó don Quijote. – Un “selfie”: Un autorretrato de tiempos modernos: inmediato, y sin tener que aguantar horas a un pintor presuntuoso. Tomad, y haceros uno propio.

 — No, gracias, vuestra merced. No vaya a ser que se me lleve el alma ese extraño objeto. – respondió Sancho asomándose a mirar con curiosidad el rostro de su señor y los molinos, plasmados en la superficie de aquel “esmarfón”.

— ¡Sandeces, Sancho! ¡No seas temeroso del siglo XXI!– le espetó don Quijote. Ante su reticencia, decidió continuar. – Atento, ¿veis este pájaro azul? Es Twitter.

— Si apenas se oyen unos pocos gorriones por aquí, mi señor…

— En la pantalla, mendrugo – se ofuscó don Quijote. – Gracias a él puedo compartir mi “selfie” con todos mis “followers”.

— Vuestra merced, yo…

 — Mis seguidores – añadió cortante don Quijote ante la mirada de estupefacción de Sancho ante otro nuevo vocablo.

 — ¿Pero que os sigue alguien más que yo, mi señor? No tenía conocimiento de ello.

 — Y de nada en general, por lo que parece. No sabes nada, Sancho Panza – don Quijote volvió a bajar la mirada hacia su nuevo entretenimiento. – Y ahora, compartimos el “selfie” y le añadimos unos hashtags… — Sancho no se molestó ni en preguntar por este último concepto, mareado ya de tanta innovación. Mientras, su señor aporreaba el aparato con sus dos pulgares. Cuando hubo terminado, le enseñó el resultado final: La cara de don Quijote, los molinos y debajo un texto que rezaba: #LaMancha #Molinos #IngeniosoHidalgo.

— Pero mi señor, no descuidéis vuestra prosa. ¿Dónde queda la sintaxis? – preguntó Sancho buscando un poco de coherencia en este embrollo tecnológico.

— No sufráis, mi fiel escudero. Con suerte, seremos Trending Topic antes de que se ponga el sol.

Mientras continuaban su camino, Sancho no podía evitar pensar que todo parecía más lógico cuando su señor se dedicaba a embestir a los molinos de viento, y no a hacerse “selfis” con ellos.

— Ay…—suspiró para sí Sancho Panza. – A ver si encontramos a estos 3 jóvenes pronto y nos ayudan a volver a casa. ¿De dónde dijeron que venían? ¡Ah, sí, ya recuerdo! Algo así como el Ministerio del Tiempo.

Seguía Sancho Panza pensando en volver a su casa y su época cuando un grito de júbilo de su señor, que se había adelantado varios metros le sacó de su cavilación.

— ¡Sancho! ¡He encontrado a Dulcinea en Tinder!

miércoles, 20 de abril de 2016

1, 2, 3, Probando - Iron Man y Iron Lady

Primera entrada de prueba de este blog para la práctica de Google Analytics y algo de contenido:

Robert Downey Jr, en el papel de Tony Stark (Iron Man) presenta este vídeo promocional de la próxima película de Marvel "Capitán América: Civil War". Aprovechando que el mismísimo Iron Man acudió a París para el preestreno del film, el señor Stark acudió al encuentro de una dama parisina, nada menos que "Iron Lady". Os dejo con el rendez-vous en cuestión: