Comparto en este segundo post mi relato para el concurso #MolinosQuijote, organizado por la web www.zendalibros.com. Espero que lo disfrutéis.
Capítulo VIII Bis
Del buen reencuentro de el
valeroso don Quijote con los molinos de viento, siglos más tarde
Despertaron bien
entrada la mañana y no hallaron en la casa a los 3 jóvenes que la noche
anterior se toparon en su camino. De las muchas empresas y andanzas que había
vivido junto a su señor don Quijote, Sancho todavía dudaba si calificar ésta de
aventura o desventura. Se sentía incómodo y abrumado ante el mundo que hace
apenas unas horas se había abierto ante ellos, pero ver a su señor tan entusiasmado
y lleno de vitalidad como hacía tiempo que no se mostraba, puso paz en su
mente.
Mientras
abandonaban la hacienda y montaban en pos de los 3 singulares individuos,
Sancho no dejaba de observar a don Quijote enfrascado en esa pieza de
tecnología moderna que aquella joven – una de los 3 individuos que buscaban - se
había dejado olvidada. Parecía disfrutar con ese artefacto como si fuese la
mejor novela de caballería que jamás se hubiese escrito. Dejando las miradas de
los curiosos y los ruidos de aquella extraña urbe atrás, pusieron rumbo a campo
abierto.
La búsqueda
resultó infructuosa, sobre todo porque don Quijote seguía abstraído con su
nuevo capricho y poca o ninguna atención prestaba al mundo a su alrededor.
Quiso la casualidad que se encontraran señor y escudero con treinta o cuarenta
molinos, pero muy diferentes de los que Sancho conocía. Estos alzaban su cuerpo
blanco y espigado hacia el cielo más allá que cualquier otro molino que Sancha
recordara, y sus aspas eran finas y alargadas aunque de aspecto pesado. Sancho
dudó si avisar a su señor, temiendo que se repitiera el último encuentro que
tuvieron con los molinos de aquella tierra.
Seguía
debatiéndose Sancho, cuando el propio don Quijote levantó la mirada y paró de
súbito su montura al contemplar a su otrora némesis de nuevo ante él. Antes de
que Sancho pudiera reaccionar, don Quijote espoleó al pobre de Rocinante en
dirección a los molinos.
— ¡Espere,
vuestra merced! – gritó Sancho intentando alcanzarle y evitarle una nueva
desgracia a su amo.
Para sorpresa de
Sancho, detúvose don Quijote a unos cincuenta metros de los molinos, bajó de su
montura y se puso de espaldas a ellos y alargó su brazo derecho sosteniendo el
aparato rectangular de la muchacha a la altura de su cara. Se quedó
completamente inmóvil, salvo por su dedo pulgar, que rebotaba con soltura sobre
la superficie del aparato, mientras don Quijote sonreía y hacía muecas. Extrañado,
y temeroso de la lucidez de su señor, Sancho se atrevió a preguntar.
— Mi señor,
¿pero qué es esto que hacéis?
—Bien parece
—respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las nuevas tecnologías.
Esto es un “smartphone”; y con él puedo hacer infinidad de cosas, como hacerme
un “selfie” frente a estos molinos, o mandar misivas más rápidamente que
cualquier mensajero.
— ¿Esmarfón? –
preguntó Sancho, cada vez más extrañado — ¿Selfi? ¿Qué es este idioma ignoto
que farfulláis? No parece ni portugués.
— Así es, amigo
Sancho Panza. – continuó don Quijote. – Un “selfie”: Un autorretrato de tiempos
modernos: inmediato, y sin tener que aguantar horas a un pintor presuntuoso.
Tomad, y haceros uno propio.
— No, gracias, vuestra merced. No vaya a ser
que se me lleve el alma ese extraño objeto. – respondió Sancho asomándose a
mirar con curiosidad el rostro de su señor y los molinos, plasmados en la
superficie de aquel “esmarfón”.
— ¡Sandeces,
Sancho! ¡No seas temeroso del siglo XXI!– le espetó don Quijote. Ante su
reticencia, decidió continuar. – Atento, ¿veis este pájaro azul? Es Twitter.
— Si apenas se
oyen unos pocos gorriones por aquí, mi señor…
— En la
pantalla, mendrugo – se ofuscó don Quijote. – Gracias a él puedo compartir mi
“selfie” con todos mis “followers”.
— Vuestra
merced, yo…
— Mis seguidores – añadió cortante don Quijote
ante la mirada de estupefacción de Sancho ante otro nuevo vocablo.
— ¿Pero que os sigue alguien más que yo, mi
señor? No tenía conocimiento de ello.
— Y de nada en general, por lo que parece. No
sabes nada, Sancho Panza – don Quijote volvió a bajar la mirada hacia su nuevo
entretenimiento. – Y ahora, compartimos el “selfie” y le añadimos unos
hashtags… — Sancho no se molestó ni en preguntar por este último concepto,
mareado ya de tanta innovación. Mientras, su señor aporreaba el aparato con sus
dos pulgares. Cuando hubo terminado, le enseñó el resultado final: La cara de
don Quijote, los molinos y debajo un texto que rezaba: #LaMancha #Molinos
#IngeniosoHidalgo.
— Pero mi señor,
no descuidéis vuestra prosa. ¿Dónde queda la sintaxis? – preguntó Sancho
buscando un poco de coherencia en este embrollo tecnológico.
— No sufráis, mi
fiel escudero. Con suerte, seremos Trending Topic antes de que se ponga el sol.
Mientras
continuaban su camino, Sancho no podía evitar pensar que todo parecía más
lógico cuando su señor se dedicaba a embestir a los molinos de viento, y no a
hacerse “selfis” con ellos.
— Ay…—suspiró
para sí Sancho Panza. – A ver si encontramos a estos 3 jóvenes pronto y nos
ayudan a volver a casa. ¿De dónde dijeron que venían? ¡Ah, sí, ya recuerdo!
Algo así como el Ministerio del Tiempo.
Seguía Sancho
Panza pensando en volver a su casa y su época cuando un grito de júbilo de su
señor, que se había adelantado varios metros le sacó de su cavilación.
— ¡Sancho! ¡He
encontrado a Dulcinea en Tinder!